Sombras chinescas
Tal vez estemos innovando día a día en la comunicación; son cada vez más amplias y rápidas las posibilidades de comunicarnos con los demás a través de la distancia.
Pero es curioso que a medida que aumentan esas posibilidades, las personas se alejan de esa comunicación. Piensa por un instante cuanto tiempo dedicas en hablar con los que te rodean, ¿no te asombra el poco tiempo que empleas?, teniendo en cuenta que disponemos de 86.400 segundos al día, el resultado es ínfimo.
El arte de la conversación se ha ido perdiendo, ya no hablamos, preferimos chatear. Nos comunicamos en persona a modo y manera de telegrama: no sabemos hablar, no queremos hablar, tememos hablar.
Estamos unidos, si, pero lo que se unen son nuestras propias soledades.
Vivimos rodeados de silencios que aumentan nuestras ganas de gritar, y terminamos desahogándonos frente a una pantalla de ordenador.
La respuesta a por qué nos dirigimos a ella en lugar de a nuestros amigos de alrededor se encuentra en el seductivo anonimato que nos ofrece el hablar sin ser visto ni juzgado por la apariencia externa.
Eso es lo que persuade a las personas para que sucumban a la tentación de ocultarse refugiándose en un anonimato inexpresivo.
Es triste ver el miedo que tenemos a no ser aceptados, a ser juzgados o a mirarnos a los ojos mientras hablamos.
En principio ese temos era benigno, ya que nos hacía agudizar el ingenio y saber conquistar amistades; pero se ha puesto en nuestra contra, ya que es tan alto el listón que se cree que existe, que ese miedo ha incrementado hasta el puno de paralizar aquellas estrategias de conexión para comenzar a buscar otras que eviten tal circunstancia temida.
Somos cobardes, preferimos ocultarnos tras el velo del mago y ofrecer sombras chinescas de la realidad de nuestro ser, empleando como foco los ideales que deseamos, y como formas las nuevas formas de comunicación.
El fatídico resultado es un conjunto de nuevas realidades engañosas y falsas que creamos para otras personas, que a su vez nos son devueltas en forma de realidad irreal.
En el fondo sabemos que somos engañadores y engañaods, magos a la par que espectadores, y no caemos en la tentación de mostrarnos tal y como somos: sin velo, sin forma, sin foco.
Tal vez estemos innovando día a día en la comunicación; son cada vez más amplias y rápidas las posibilidades de comunicarnos con los demás a través de la distancia.
Pero es curioso que a medida que aumentan esas posibilidades, las personas se alejan de esa comunicación. Piensa por un instante cuanto tiempo dedicas en hablar con los que te rodean, ¿no te asombra el poco tiempo que empleas?, teniendo en cuenta que disponemos de 86.400 segundos al día, el resultado es ínfimo.
El arte de la conversación se ha ido perdiendo, ya no hablamos, preferimos chatear. Nos comunicamos en persona a modo y manera de telegrama: no sabemos hablar, no queremos hablar, tememos hablar.
Estamos unidos, si, pero lo que se unen son nuestras propias soledades.
Vivimos rodeados de silencios que aumentan nuestras ganas de gritar, y terminamos desahogándonos frente a una pantalla de ordenador.
La respuesta a por qué nos dirigimos a ella en lugar de a nuestros amigos de alrededor se encuentra en el seductivo anonimato que nos ofrece el hablar sin ser visto ni juzgado por la apariencia externa.
Eso es lo que persuade a las personas para que sucumban a la tentación de ocultarse refugiándose en un anonimato inexpresivo.
Es triste ver el miedo que tenemos a no ser aceptados, a ser juzgados o a mirarnos a los ojos mientras hablamos.
En principio ese temos era benigno, ya que nos hacía agudizar el ingenio y saber conquistar amistades; pero se ha puesto en nuestra contra, ya que es tan alto el listón que se cree que existe, que ese miedo ha incrementado hasta el puno de paralizar aquellas estrategias de conexión para comenzar a buscar otras que eviten tal circunstancia temida.
Somos cobardes, preferimos ocultarnos tras el velo del mago y ofrecer sombras chinescas de la realidad de nuestro ser, empleando como foco los ideales que deseamos, y como formas las nuevas formas de comunicación.
El fatídico resultado es un conjunto de nuevas realidades engañosas y falsas que creamos para otras personas, que a su vez nos son devueltas en forma de realidad irreal.
En el fondo sabemos que somos engañadores y engañaods, magos a la par que espectadores, y no caemos en la tentación de mostrarnos tal y como somos: sin velo, sin forma, sin foco.
(Publicado en "Demente", Salamanca. 2003 )
2 comentarios:
A mi no me provoques cachito que como te coja el sábado te quemo los oídos.
Pero la verdad es que tienes mucha razón, cada vez hablamos menos
mmm...no se si me veras..porq a este paso..toy de baja..el viernes medico..toy pocha
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